martes, 6 de octubre de 2015


     Soy el resultado de los pecados del mundo. El típico, el corriente, un “don nadie”. Separado, divorciado, padre de unos hijos a los que no puedo ver. Parado de larga duración. Paso de los cuarenta años. No tengo ninguna probabilidad de encontrar un empleo digno en esta sociedad cada día mas competitiva. Físicamente me encuentro en la flor de la vida, estoy lleno de todo tipo de experiencias. Creo que sería muy útil para mi comunidad, pero en vez de ocupar un puesto en la cadena de la vida me veo apartado, excluido y postergado a una silenciosa prisión de impotencia.

     No tengo recursos para iniciar ninguna empresa. Soy la pescadilla que se muerde la cola. La pregunta sin respuesta. La incógnita sin resolver. Viendo pasar los días mientras la esperanza y mi fe en este mundo se agotan como las palabras, como mis pensamientos en mi mente y mientras mi luz se apaga como la bombilla que llega al día de su fecha de caducidad. Me siento colapsado.

     Echo un vistazo a mi alrededor y solo veo corrupción, estafas, timos, engaños, violaciones, extorsiones, guerras, desastres, contaminación, destrucción… El panorama que se me presenta es desolador. Y se suman las pocas ganas de luchar contra la muchedumbre de despropósitos. Grito y nadie me escucha. Mi grito de ayuda se une al de miles de millones de gritos de almas que se mueren de hambre, de enfermedades artificiales, de soledad en medio de 7 billones de hermanos. Y todos nuestros lamentos desesperados y desgarrados se confunden entre el griterío de la gran masa egoísta y ambiciosa que termina de devorar los despojos que va dejando la vasta maquinaria de la autodestrucción.

     Pero todavía me queda un cartucho. Una probabilidad ínfima, mínima, casi imposible de hacerse real. Casi un resquicio en la puerta mas grande y blindada de cualquier fortaleza…


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